El Papa fue hospitalizado por una infección de vías respiratorias.

En los últimos días el Papa Francisco venía sufriendo de una infección de las vías respiratorias, que se agudizó, presentó una leve fiebre y, por tanto, el viernes 14 de febrero tuvo que suspender sus actividades del fin de semana (incluso la reunión con los artistas del próximo lunes, para su Jubileo); además, tuvo que ser hospitalizado en el Policlínico Agostino Gemelli, a fin de continuar en un ambiente hospitalario el tratamiento de la bronquitis que presentó, y su estado clínico se reportó como discreto; sin embargo, el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, también informó que “el Papa está sereno, de buen humor y ha leído algunos periódicos”.
Siempre debemos orar por el Sumo Pontífice, pero con mayor intensidad ahora que está enfermo. Él mismo nos pide insistentemente que oremos por él, y nos ha dicho que “cuando rezamos, Dios abre nuestros ojos, renueva y cambia nuestro corazón, cura nuestras heridas y nos da la gracia que necesitamos”.
En su mensaje para la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo (que se celebra el 11 de febrero, día de Nuestra Señora de Lourdes), el Papa Francisco nos recordaba que: “Jesús, cuando envió en misión a los setenta y dos discípulos (Lc 10,1-9), los exhortó a decir a los enfermos: «El Reino de Dios está cerca de ustedes» (v. 9). Les pidió concretamente ayudarles a comprender que también la enfermedad, aun cuando sea dolorosa y difícil de entender, es una oportunidad de encuentro con el Señor. En el tiempo de la enfermedad, en efecto, si por una parte experimentamos toda nuestra fragilidad como criaturas —física, psicológica y espiritual—, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona y muchas veces nos sorprende con el don de una determinación que nunca hubiéramos pensado tener, y que jamás hubiéramos hallado por nosotros mismos. La enfermedad entonces se convierte en ocasión de un encuentro que nos transforma; en el hallazgo de una roca inquebrantable a la que podemos aferrarnos para afrontar las tempestades de la vida; una experiencia que, incluso en el sacrificio, nos vuelve más fuertes, porque nos hace más conscientes de que no estamos solos. Por eso se dice que el dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real, hasta «conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida» (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Nueva Orleans, 12 septiembre 1987)”.En dicho mensaje, el Papa Francisco agradeció, en nombre de toda la Iglesia, a quienes asisten a los enfermos, recordándoles que ejercen un rol especial que es signo para todos, «un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza» (Bula Spes non confundit, 11), cuya voz va mucho más allá de las habitaciones y las camas de los sanatorios donde se encuentren, estimulando y animando en la caridad “el concierto de toda la sociedad” (ibíd.), en una armonía a veces difícil de realizar, pero precisamente por eso, muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita. El Papa les dijo que él también reza por ellos, encomendándolos a María, Salud de los enfermos, por medio de las palabras con las que tantos hermanos se han dirigido a Ella en las dificultades: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”. Y dicho mensaje lo concluyó bendiciendo a los enfermos, junto con sus familias y demás seres queridos, y pidiéndonos que, por favor, no nos olvidemos de rezar por él y es que, como bien nos recuerda en el referido mensaje para la Jornada del Enfermo: “«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5)
y nos hace fuertes en la tribulación”. ¡Que así sea!