(San Ignacio de Loyola)
Católico instruido, no será confundido
El 31 de julio celebramos a San Ignacio de Loyola. Estos datos te los presento con observaciones del Padre José de Jesús Rojas García, SJ., a quien le agradezco su gentil colaboración.
Su nombre era Íñigo López Recalde, nació en 1491 en el castillo de Loyola (Azpeitia, en Guipúzcoa, España); su niñez y juventud la vivió entre la nobleza. Posteriormente se integró a la milicia, donde llevó una vida francamente disipada. En 1521, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona, lo que le ocasionó cojera definitiva; fue justamente mientras su convalecencia, cuando leyó “La Vida de Cristo” y el “Año Cristiano” (con la biografía de los santos), que su cuñada Magdalena le proporcionó; en su autobiografía, San Ignacio cuenta que al leerlos se impresionó profundamente y pensó que si personajes como San Francisco, Santo Domingo, etc., habían alcanzado ese grado de espiritualidad, él también podía hacerlo. En su propósito de conversión, cuenta San Ignacio que, estando despierto, una noche vio claramente una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño Jesús; esa visión lo consoló inmensamente, proponiéndose desde entonces ya no servir a ningún gobernante aquí en la Tierra, sino únicamente al Rey del Cielo.
Al recuperarse viajó en peregrinación al Santuario de la Virgen de Montserrat, donde hizo una confesión general, penitencia por sus pecados y se consagró a la Virgen Santísima. Cambió su lujosa ropa por la de un pordiosero. Para desprenderse de su vida anterior, cambió también su nombre, por el de Ignacio. Se estableció en un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Montserrat, donde permaneció en oración y meditación, y ahí le surgió la idea de lo que constituyó su libro más famoso: “Ejercicios Espirituales”, leídos y practicados por tantas personas a lo largo de estos siglos, en todas partes del Mundo; a San Ignacio le tomó 15 años concluirlos.
Fue hasta cumplidos los 33 años, cuando empezó como estudiante del Colegio en Barcelona, España; después pasó a la Universidad de Alcalá, mientras tanto, congregaba niños para enseñarles religión, hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad y convertía pecadores. Finalmente estudió en la famosa Universidad de la Sorbona en París, ahí formó un grupo con seis compañeros, con quienes más adelante fundó “La Compañía de Jesús”, Congregación aprobada en 1540 por el Papa Pablo III, y de la cual San Ignacio fue el Superior General hasta su muerte; durante ese tiempo, la Compañía de Jesús pasó de 7 miembros a más de mil. San Ignacio, transcurrió el resto de su vida en Roma, pero fundó casas de su Congregación en España y Portugal. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales. El Colegio que fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en la célebre Universidad Gregoriana. Además, los Jesuitas llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes, San Ignacio aseguraba que el apóstol católico debe ser muy instruido.
Murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años, sus restos reposan en la iglesia de Jesús en Roma. En 1622 el Papa Gregorio XV lo declaró Santo, y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el Mundo. La oración “Alma de Cristo” es una de las más bellas y más rezadas después de recibir la Sagrada Eucaristía, es obra también de San Ignacio de Loyola. Su comunidad de Jesuitas es la orden religiosa masculina más numerosa de la Iglesia, está presente en 127 países de los 5 continentes; de ella han surgido alrededor de medio centenar de santos y beatos (entre ellos varios mártires); el Papa Francisco es también jesuita, el primero en ser electo Sumo Pontífice; y justamente en la primera memoria litúrgica de San Ignacio de Loyola que celebró como Papa, destacó que el lema de los jesuitas, “Iesus Hominum Salvator”, nos recuerda la centralidad de Cristo para cada uno de nosotros y para la Compañía que precisamente San Ignacio quiso que se llamase ‘de Jesús’para indicar el punto de referencia. El Papa Franciscoinvocó la intercesión paternal de San Ignacio y de todos los santos jesuitas, para que sigan enseñándonos cómo hacer todo con humildad, ad maiorem Dei gloriam (para mayor gloria de Dios)». ¡Que así sea!
LUBIA ESPERANZA AMADOR.
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